Liturgia y santoral 14/4/13 III DOMINGO PASCUA
III DOMINGO DE PASCUA
– Hch 5, 27b-32. 40b-41. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.
– Sal 29. R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
– Ap 5, 11-14. Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.
– Jn 21, 1-19. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: “Me voy a pescar.”
Ellos contestan: “Vamos también nosotros contigo.”
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: “Muchachos, ¿tenéis pescado?”
Ellos contestaron: “No.”
Él les dice: “Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.”
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: “Es el Señor.”
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: “Traed de los peces que acabáis de coger.”
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: “Vamos, almorzad.”
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” Él le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis corderos.” Por segunda vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” Él le contesta: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero.” Él le dice: “Pastorea mis ovejas.” Por tercera vez le pregunta: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.” Jesús le dice: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: “Sígueme.”
SANTORAL:
Santos: Tiburcio, Valeriano, Máximo, Antonio, Juan, Eustaquio, Próculo, Tomaides, mártires; Lamberto, Pretextato, obispos; Domnina, Liduvina (Ludiwina, Lidvina, Lydvid o Lidia), vírgenes; Ardalión, comediante; Frontón, Bernardo de Abbeville, abades; Abundio, Benedeto, confesores; beato Raúl (Rodolfo), obispo.
SANTA LIDUVINA, virgen 1380-1433
La Divina Providencia a cada uno le señala el camino en el que mejor puede realizar su vida y mediante ello alcanzar la meta de la salvación. Repasando las vidas de los Santos encontramos que la mayor parte de los hombres han tenido una misión más bien hacia fuera: misioneros, fundadores, obispos y papas, escritores, mártires… De las Santas no se puede afirmar lo mismo. La mayor parte de ellas han llevado una vida más bien escondida, entregada a la oración y penitencia y han alcanzado la meta de la perfección mediante el apostolado de la inmolación, ejercido de una o de otra forma. Un caso bien conocido y muy famoso es el de la Santa de hoy.
Eleva su juventud y su vida, inmóvil en el lecho de la enfermedad. Su nombre ha sido transformado en Ludovina y Luz divina.
La más paciente de todo el santoral, con una biografía terrible que espeluzna, y que movió al escritor francés Huysmans a darnos en 1901 uno de sus libros sombríos y refulgentes, con una impresionante mezcla de amor y dolor incomprensibles. Su vida ha de leerse como glosa y complemento de la de Job,
Había nacido en Schidam, de Holanda, muy cerca de la Haya, el Domingo de Ramos de 1380. Su padre era el sereno de la ciudad, eran pobres y tenía ocho hermanos.
A los quince años renuncia al matrimonio, porque desea consagrar su vida a sólo Dios. Poco después un día de fuerte helada, el 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor y Purificación de la Virgen María, sufre una violenta caída. A la fractura en el costado derecho, se añade una herida; que, al infectarse, convierte su cuerpo en una llaga viva, durante casi cuarenta años de sufrimiento incesante día y noche.
Los primeros cuatro años, una constante desolación interior ennegrece sus horizontes. Hasta que. un día, escucha de una de sus visitas: “Hasta ahora has meditado poco en la Pasión de Cristo; medita; y verás cómo el yugo del Señor es suave”.
“Es imposible no sé lo que es meditación”, repite algún tiempo. Pero poco a poco, sus sufrimientos se van uniendo en ella a los de Cristo, hasta construir un ideal redentor.
Un día al traerle la Comunión encuentra a Jesús, como los discípulos de Emaús, tardos de corazón: « ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?”. Y en su corazón permanecerá ardiente su apostolado del sufrimiento misionero Con él puede repetir: «Señor, perdón por esos pecados que cometen, contra Tí, los hombres”.
Liduvina sabía que el dolor, unido al de Cristo, tiene valor redentor. En el museo de arte de Viena hay un hermoso lienzo titulado “Jesús en la Cruz”. El autor es un pintor flamenco, Brueghel el Viejo. Sorprende el título, pues lo que el cuadro representa es un ramillete de hojas. Cada hoja es un medallón, donde se muestra un dolor humano. Allí están todos los dolores humanos. En uno de los medallones está Jesús en la Cruz. Ese medallón da sentido a todos. Todo dolor, unido a la Cruz, tiene valor redentor.
A la humilde casa de la hija del sereno de Schiedam llegaban noticias nada halagüeñas sobre el estado de la Iglesia. Nunca sufrió tanto, ya que estuvo en su tiempo dividida en dos y tres obediencias, con dos y tres Papas a la vez. Por ella, por la Iglesia, por el Papa y por los Obispos y Príncipes cristianos ofrecía generosa sus muchos dolores.
Su vida incorporada a Cristo, se hace una maravilla interior; que merecerá ser presentada, como ejemplo, por Tomás de Kempis.
Liduvina partió para unirse al Divino Crucificado el año 1432.
Sus reliquias están en santa Gúdula de Bruselas