Liturgia y santoral 16/9/15 MO: Ss CORNELIO y CIPRIANO
Memoria obligatoria: SAN CORNELIO, papa, y SAN CIPRIANO, obispo, mártires
1Timoteo 3,14-16
Grande es el misterio que veneramos
Querido hermano: Aunque espero ir a verte pronto, te escribo esto por si me retraso; quiero que sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la asamblea de Dios vivo, columna y base de la verdad. Sin discusión, grande es el ministerio que veneramos: Manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, contemplado por los ángeles, predicado a los paganos, creído en el mundo, llevado a la gloria.
Salmo responsorial: 110
Grandes son las obras del Señor.
Doy gracias al Señor de todo corazón, / en compañía de los rectos, en la asamblea. / Grandes son las obras del Señor, / dignas de estudio para los que las aman. R.
Esplendor y belleza son su obra, / su generosidad dura por siempre; / ha hecho maravillas memorables, / el Señor es piadoso y clemente. R.
Él da alimento a sus fieles, / recordando siempre su alianza; / mostró a su pueblo la fuerza de su obrar, / dándoles la heredad de los gentiles. R.
Lucas 7,31-35
Tocamos y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis
En aquel tiempo, dijo el Señor: “¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: “Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.” Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: “Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadopres.” Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.”
SANTORAL:
Santos: Cornelio, papa, y Cipriano, obispo, mártires; Eufemia, virgen y mártir; Lucía, Geminiano, Ludmila, Rogelio, Servideo, Sebastiana, mártires; Auxilio, Abundio, Principio, Niniano, obispos; Eumelia, virgen y mártir; Abundancio, diácono; Marciano, Juan Macías, confesores; Edita, virgen; Eugenia, abadesa; Juan, anacoreta.
SAN CORNELIO Y SAN CIPRIANO S. IIISan Cipriano, obispo de Cartago, fue decapitado el 14 de septiembre del 258. Refugiado desde hacía algún tiempo en el campo, había regresado a Cartago para sufrir el martirio puesto que, como escribía, «conviene que sea en la ciudad, al frente de cuya Iglesia se halla, donde el obispo confiese al Señor para que de este modo la irradiación de su confesión represente la de todo el pueblo». Le acompañó una gran muchedumbre hasta el lugar de la ejecución, y su muerte revistió toda la majestuosidad de una solemne liturgia. Cipriano es el modelo ideal del obispo católico. Como cabeza de una comunidad, para quien la Iglesia es «un pueblo que forma una única cosa con su sacerdote», se halló siempre en la brecha para sostener los ánimos que desfallecían, para animar a los hermanos condenados a las minas o al destierro y para reconciliar a los caídos; llevaba consigo, al igual que San Pablo, el cuidado de todas las Iglesias y la obsesión de su unidad. Más tarde, cuando le llegó el momento, acogió su condena a muerte con un vibrante: ¡Deo gratias!.
Cipriano estaba unido por los lazos de la amistad con el papa Cornelio que murió algunos años antes desterrado en Civitavecchia, tras un breve pontificado (250-253): «En caso de que Dios le haga a uno de nosotros la gracia de que muera pronto – había escrito Cipriano a Cornelio – que nuestra amistad continúe junto al Señor». Al no separar el recuerdo de ambos, la Iglesia perpetúa la memoria de semejante amistad.
En tiempo de las persecuciones romanas, algunos cristianos primitivos renunciaron a su fe. Muchos de nosotros, teniendo que escoger entre los leones y un juramento al emperador, habríamos hecho lo mismo. Sin embargo, cuando las persecuciones finalizaron, algunos que habían abandonado la Iglesia quisieron volver.
Algunos cargos de la Iglesia creían que cualquier que hubiera negado la fe estaba de mala suerte. Si te sales una vez, es para siempre, sostenían. Otros creían que a quienes habían abandonado se les debía permitir volver, aunque sólo tras ardua penitencia. Aún había otros que creían que debía acogerse de vuelta a todo el mundo sin hacer preguntas.
San Cornelio fue Papa durante este periodo de gran controversia. Las cosas se caldearon tanto finalmente que convino un sínodo, el cual determinó que quienes habían saltado del barco, por así decirlo, podrían volver a bordo a través de los medios usuales del sacramento de la penitencia.
En cierto sentido, San Cornelio es el santo de las segundas oportunidades. Dado que todos cometemos errores, todos necesitamos una segunda oportunidad alguna vez en nuestra vida. Metemos la pata hasta el fondo, y no podemos hacer ya otra cosa sino decir que lo sentimos y pedir perdón. Aunque los otros seres humanos puedan no siempre estar tan predispuestos, Dios siempre está dispuesto a recibirnos de nuevo. La única cosa capaz de separamos del amor de Dios es nuestra propia obstinación y nuestro rehúse a pedir perdón