Liturgia y santoral 17/7/15 VIERNES

FERIA
Éxodo 11,10-12,14
Mataréis un cordero al atardecer; cuando vea la sangre, pasaré de largo

En aquellos días, Moisés y Aarón hicieron muchos prodigios en presencia del Faraón; pero el Señor hizo que el Faraón se empeñara en no dejar marchar a los israelitas de su territorio.
Dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: “Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Decid a toda la asamblea de Israel: “El diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes, y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esta noche comeréis la carne, asada a fuego, comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. No comeréis de ella nada crudo ni cocido en agua, sino asado a fuego: con cabeza, patas y entrañas. No dejaréis restos para la mañana siguiente; y, si sobra algo, lo quemaréis. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el paso del Señor.
Esta noche pasaré por todo el país de Egipto, dando muerte a todos sus primogénitos, de hombres y animales; y haré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre será vuestra señal en las casas donde estéis; cuando vea la sangre, pasaré de largo; no os tocará la plaga exterminadora, cuando yo pase hiriendo a Egipto. Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones.””
Salmo responsorial: 115
Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

¿Cómo pagaré al Señor / todo el bien que me ha hecho? / Alzaré la copa de la salvación, / invocando su nombre. R.
Mucho le cuesta al Señor / la muerte de sus fieles. / Siervo tuyo soy, hijo de tu esclava: / rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza, / invocando tu nombre, Señor. / Cumpliré al Señor mis votos / en presencia de todo el pueblo. R.
Mateo 12,1-8
El Hijo del hombre es señor del sábado

Un sábado de aquéllos, Jesús atravesaba un sembrado; los discípulos, que tenían hambre, empezaron a arrancar espigas y a comérselas. Los fariseos, al verlo, le dijeron: “Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado”. Les replicó: “¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y sus hombres sintieron hambre? Entró en la casa de Dios y comieron de los panes presentados, cosa que no les estaba permitida ni a él ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes. ¿Y no habéis leído en la Ley que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa? Pues os digo que aquí hay uno que es más que el templo. Si comprendierais lo que significa “quiero misericordia y no sacrificio”, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado.”

SANTORAL:
Santos: Agardo, Alejo, Angelario, Antusa, Jacinto, Carlota (Carolina), Esperado, Donada, Secunda, Venusta, Jenara, Letancio, Acilino, Félix, Veturo, Nazar, Citino, Generosa, Sixto, Teodota, mártires; Sistán, presbítero; Sisenando, diácono y mártir; León IV, papa; Narsetes, Marcelina, confesores; Generoso, abad; Teodosio, Enodio, Arnulfo, obispos; Marcelina, virgen; beata Constancia, reina de Aragón.

Imagen
Alejo, mendigo (s. V)
Bella y larga es la historia de este hombre de Dios que, desde la Edad Media, alimenta la fantasía, piedad, sentimientos religiosos y deseos de entrega a Dios por parte de los cristianos. Su figura, que debió de ser formidablemente llamativa y ejemplar, viene narrada en el género novelesco, llena de encanto, pródiga en situaciones que mantienen el suspense, con abundancia de escenas que alucinan y toda ella plena de actitud ejemplarizante y moralizadora. En fin, la historia de san Alejo es tan pletórica de imaginación, viveza y adornos que su autor suscita la envidia de los que escriben.
En este estupendo relato, Alejo viene descrito como el hijo único del importante, opulento y caritativo senador de Roma llamado Eufemiano. Huyó de su casa el mismo día de su boda –como otro Abrahán, solitario y eremita– llamado súbitamente a realizar la más alta de las aspiraciones y la renuncia más excelsa por el amor al Reino de Dios. Presentado Alejo por el autor de su biografía novelada como un joven que es el compendio de todas las virtudes y gracias que puede tener un ser humano, deja inconcebiblemente la casa paterna y a su dulce esposa. Quizá sucediera que recordó la exigencia evangélica de posponer todo al Reino de los Cielos y se dispuso a ponerla por obra.
Dice su leyenda o novela que comienza entonces un largo peregrinaje hacia extrañísimas tierras llegando hasta Edesa, pasado el Éufrates. Esta es la ciudad que la incansable viajera y también peregrina Eteria describe como la metrópoli imposible de evitar a todo peregrino que desde Occidente llega a visitar, movido por la fe, los lugares santos donde nació, vivió, murió y resucitó el Señor para nuestra salvación. El bullicio, la piedad, el humo y aroma del incienso en la basílica del Apóstol Tomás –el que metió su puño en el costado abierto de Jesús– cuyos restos cercanos son día y noche venerados, la oración privada pública, las continuas idas y venidas de las gentes que besan las estatuas de los santos rebajando las piedras con los labios y las manos, el visiteo a la estatua del rey Abgar a quien Cristo escribió una carta, son el ambiente normal de Edesa a donde ha arribado Alejo. Llegó rico, pero ahora es un mendigo más de los que abundan entre los pórticos y en los ambientes más frecuentados por el hormigueo de la gente. Entre rezo y rezo, contento y alegre, pide limosna y la reparte entre los más pobres. Vive gozoso y sin ataduras, pensando que así lo quiere Jesús. Disfruta con el gozo de sentirse cercano a los restos mortales –reliquias– del discípulo del Señor, entre aquellas piedras que huelen a fe y a santo, participa hondamente en los misterios sagrados, entre el bullicio está sumido en contemplación y hace todo el bien que puede a los desafortunados.
Se preocuparon tanto en la casa paterna por la pérdida del hijo y su actitud tan extraña, infrecuente e inesperada que el padre ha enviado a más de cien esclavos para que recorran la tierra, prometiendo llenar de honor y de riqueza a quien lo encuentre. Emisarios por el mundo buscan infatigablemente al hijo del potentado buen padre.
Alejo se ve obligado a abandonar Edesa porque algunos prodigios sucedidos le sacan del anonimato. Llena de accidentes, sorpresas y naufragios está descrita la historia de su nuevo peregrinaje por el mundo huyendo de la notoriedad, hasta que de modo imprevisto se ve de nuevo en Roma donde termina viviendo en la casa de su padre que, aunque continúa buscándolo afanosamente en la lejanía, no lo reconoce próximo y cercano; hasta llega a darle albergue, como a un mendigo más, en el hueco de la escalera del patio principal de su casa, por caridad.
Por el espacio de diecisiete años –según dice una antigua tradición romana explicando la historia de la iglesia de San Alessio, situada en el Aventino– vivió allí Alejo, siendo un ejemplo de paciencia, humildad y pobreza; allí supo ayunar y rezar; allí soportó las burlas de la servidumbre; allí quiso permanecer ignorado de sus padres y de su esposa que solo le saludaban de vez en cuando como a un mendigo desaliñado y pestilente; allí también lo encontraron muerto un día y ¿sabes lo que pasó? En su mano encontraron ese día una carta dirigida a sus padres y a su esposa en la que declaraba quién era y todo su amor.
Alejo quiso ser un mendigo por Dios. No es el único en la historia de los santos; también en Roma Benito José Labre quiso vivir como mendigo por Dios. Pero Alejo lo fue en casa propia e irreconocible para los suyos