Liturgia y santoral 17/9/19 ML: SAN ROBERTO BELARMINO
FERIA
1Timoteo 3,1-13
El obispo tiene que ser irreprochable; también los diáconos han de conservar la fe revelada con una conducta limpia
Querido hermano: Está muy bien dicho que quien aspira a ser obispo no es poco lo que desea, porque el obispo tiene que ser irreprochable, fiel a su mujer, sensato, equilibrado, bien educado, hospitalario, hábil para enseñar, no dado al vino ni amigo de reyertas, comprensivo, no agresivo ni interesado. Tiene que gobernar bien su propia casa y hacerse obedecer de sus hijos con dignidad. Uno que no sabe gobernar su casa, ¿cómo va a cuidar de una Iglesia de Dios? Que no sea recién convertido, por si se le sube a la cabeza y lo condenan como al diablo. Se requiere, además, que tenga buena fama entre los de fuera, para evitar el descrédito y que lo atrape el diablo.
También los diáconos tienen que ser responsables, hombres de palabra, no aficionados a beber mucho ni a sacar dinero, conservando la fe revelada con una conciencia limpia. También éstos tienen que ser probados primero, y, cuando se vea que son irreprensibles, que empiecen su servicio. Las mujeres, lo mismo, sean respetables, no chismosas, sensatas y de fiar en todo. Los diáconos sean fieles a su mujer y gobiernen bien sus casas y sus hijos, porque los que se hayan distinguido en el servicio progresarán y tendrán libertad para exponer la fe en Cristo Jesús.
Salmo responsorial: 100
Andaré con rectitud de corazón.
Voy a cantar la bondad y la justicia, / para ti es mi música, Señor; / voy a explicar el camino perfecto: / ¿cuándo vendrás a mí? R.
Andaré con rectitud de corazón / dentro de mi casa; / no pondré mis ojos / en intenciones viles. / Aborrezco al que obra mal. R.
Al que en secreto difama a su prójimo / lo haré callar; / ojos engreídos, corazones arrogantes, / no los soportaré. R.
Pongo mis ojos en los que son leales, / ellos vivirán conmigo; / el que sigue un camino perfecto, / ése me servirá. R.
Lucas 7,11-17
¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: “No llores.” Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!” El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: “Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.” La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
SANTORAL:
• San Alberto de Jerusalén, Santa Ariadna, San Columba de Córdoba, San Francisco María de Camporosso, Santa Hildegarda de Bingen, San Lamberto de Lieja, San Manuel Nguyen Van Trieu, San Pedro Arbués, San Reinaldo de Mélinais, San Roberto Belarmino, San Rodingo de Argona, San Sátiro, San Segismundo Félix Felinski, Santa Agatoclia
• Beato Juan Ventura Solsona, Beato Querubín Testa, Beato Segismundo Sajna, Beato Timoteo Valero Pérez.
SAN ROBERTO BELARMINO 1542-1621 “En la Iglesia de Dios no hay quien le iguale en saber”, dijo de él el Papa al hacerle cardenal. Y en efecto, fue una las lumbreras de su tiempo, sabio, predicador, teólogo, polemista, autor devoto, metido en los asuntos más difíciles e intrincados de la época, y siempre con una independencia de criterio admirable.
Roberto Belarmino, que había nacido en Montepulciano de Toscana, ingresó en la Compañía a los dieciocho años (1560), pasando a ser profesor a Lovaina (1569-1576) y más tarde al Colegio Romano – predecesor de la actual Universidad Gregoriana -, donde sobresalió en la refutación de los errores de su tiempo (1576-1592). Su curso, recogido bajo el título de «Controversias», ha formado a generaciones enteras de apologistas y teólogos. Se ha querido incluso ver en este escrito una «Summa» de la Reforma católica.
Promovido al cardenalato en 1599, Belarmino se mostró en desacuerdo con Clemente VIII en una controversia teológico que el papa hubiera querido resolver por autoridad. Con objeto de apartar de Roma a un consejero al que no juzgaba suficientemente flexible, le nombró cardenal arzobispo de Capua (1602). Belarmino, pastor improvisado, se mostró desde el principio como un obispo modelo. Se dedicó a visitar las parroquias, predicando y dando catecismo hasta la extenuación de sus fuerzas, con una caridad sin límites para con los necesitados. A la muerte de Clemente VIII (1605), Belarmino tuvo que regresar a Roma, donde volvió a ocupar un papel de primer orden dentro de la Curia. Moriría en 1621. Su cuerpo descansa en la iglesia de San Ignacio, no lejos de aquel hijo espiritual suyo de otros tiempos, San Luis Gonzaga.