Liturgia y santoral 18/9/15 VIERNES

FERIA
1Timoteo 6,2c-12
Tú, en cambio, hombre de Dios, practica la justicia

Querido hermano: Esto es lo que tienes que enseñar y recomendar. Si alguno enseña otra cosa distinta, sin atenerse a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo y a la doctrina que armoniza con la piedad, es un orgulloso y un ignorante, que padece la enfermedad de plantear cuestiones inútiles y discutir atendiendo sólo a las palabras. Esto provoca envidias, polémicas, difamaciones, sospechas maliciosas, controversias propias de personas tocadas de la cabeza, sin el sentido de la verdad, que se han creído que la piedad es un medio de lucro. Es verdad que la piedad es una ganancia, cuando uno se contenta con poco. Sin nada venimos al mundo, y sin nada nos iremos de él. Teniendo qué comer y qué vestir nos basta. En cambio, los que buscan riquezas caen en tentaciones, trampas y mil afanes absurdos y nocivos, que hunden a los hombres en la perdición y la ruina. Porque la codicia es la raíz de todos los males, y muchos, arrastrados por ella, se han apartado de la fe y se han acarreado muchos sufrimientos. Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo esto; practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Combate el buen combate de la fe. Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado, y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos.
Salmo responsorial: 48
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

¿Por qué habré de temer los días aciagos, / cuando me cerquen y acechen los malvados, / que confían en su opulencia / y se jactan de sus inmensas riquezas? / ¿Si nadie puede salvarse / ni dar a Dios un rescate? R.
Es tan caro el rescate de la vida, / que nunca les bastará / para vivir perpetuamente / sin bajar a la fosa. R.
No te preocupes si se enriquece un hombre / y aumenta el fasto de su casa: / cuando muera, no se llevará nada, / su fasto no bajará con él. R.
Aunque en vida se felicitaba: / “Ponderan lo bien que lo pasas”, / irá a reunirse con sus antepasados, / que no verán nunca la luz. R.
Lucas 8,1-3
Algunas mujeres acompañaban a Jesús y le ayudaban con sus bienes

En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

SANTORAL:
Santos: José de Cupertino, Sofía, Irene, Terciano, Víctor, Almodia, Cástor, Teodora, Centina, Bonifacio, Fortunato, mártires; Eumenio, Eustorgio, Ferréolo, Justo, Masías, Metodio, Sinerio, Desiderio, obispos; Jacobo, monje; Simón, eremita; Ricarda, emperatriz; Walberto y Bertilia, su esposa.

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SAN JOSÉ DE CUPERTINO 1603-1663
Fray Asno, como se llamaba a sí mismo, y como le llamaban los demás cuando no le colgaban sambenitos peores. Porque era una calamidad, una de las personas más inútiles que se había visto en cualquiera de los conventos por los que pasó; los capuchinos, que tuvieron la debilidad de aceptarle, acabaron por deshacerse de él, y los franciscanos, con quienes se quedó, se hacían lenguas de aquel caso inaudito de bobería.
El niño José Desa – San José de Cupertino -nació en la aldea napolitana de Cupertino. Nació en un establo, ya que su madre, Francisca, tuvo que refugiarse allí, a causa del embargo por no poder pagar la vivienda. Su madre lo educó con dureza y alguna noche tuvo que dormir en el atrio de la iglesia como castigo. Esto le proporcionó gran fortaleza de carácter.
Muy ignorante, a duras penas sabía leer y escribir, cerrado de mollera y además torpe y de una manera exasperante: todo se le caía, todo lo rompía, aprender los trabajos más sencillos le costaba meses (se dice que le llevó mucho tiempo distinguir el pan blanco del negro). Personaje simplón y ridículo, además de enfermizo y enclenque.
Cómo pudo ordenarse fue un milagro de la Providencia; Fray Asno sólo sabía obedecer, ser humilde, paciente, enamorado de Dios y devotísimo de la Virgen. Pero si era negado para los estudios, a su alrededor florecían prodigios que atraían a multitudes y despertaban las suspicacias de la Inquisición. ¡Qué fraile más raro!
¡Un hombre que estaba continuamente en éxtasis y que en sus arrobos se elevaba en el aire ante multitud de testigos! Oía pronunciar el nombre de Jesús o de María, y fray José levantaba el vuelo, posándose a veces de rodillas sobre la rama de un árbol, de donde volvía a bajar sereno e imperturbable.
«Si no hubiera existido, nadie hubiera sido capaz de inventarlo», dice de él Ernest Hello. Es el funámbulo de la santidad cuya falta de lastre humano le hacía habitual la levitación. Patrón de los parias, de los que no sirven para nada, de los que no tocan con los pies en el suelo, santo aéreo que con su vida quizá nos reproche ser tan útiles, hábiles y listos como nos empeñamos en parecer. Celebraba la Misa con extraordinario fervor. Era la admiración de todos. Al llegar la hora de su muerte, de la que había recibido aviso, recibió el viático con transportes de alegría.
Sus últimas palabras fueron para la Virgen: Monstra te esse Matrem. Muestra que eres mi Madre. El 18 de septiembre de 1663 entregó su alma a Dios. Contaban los frailes que aquel perfume milagroso que indicaba su presencia en los conventos, se difundió ahora y duró muchos años