Liturgia y santoral 26/11/14 MIÉRCOLES
FERIA
– Ap 15, 1-4. Cantaban el cántico de Moisés y el cántico del Cordero.
– Sal 97. R. Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.
– Lc 21, 12-19. Todos os odiarán por causa mía, pero ni un cabello de
vuestra cabeza perecerá
12 «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
13 esto os sucederá para que deis testimonio.
14 Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa,
15 porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
16 Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros,
17 y seréis odiados de todos por causa de mi nombre.
18 Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza.
19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
SANTORAL:
Leonardo de Porto Mauricio, presbítero; Pedro Alejandrino, Conrado, Amador, Fileas, Esiquio, Pacomio, Teodoro, Belino y Gonzalo, obispos; Fausto, Marcelo, presbíteros; Básolo, Estiliano, confesores; Siricio, papa; Beato, Silvestre, abades; Nicon, monje;
LEONARDO DE PUERTO MAURICIO 1676-1751
Paolo Girolamo de Casa-Nuova, genovés, hijo de marineros, formado en Roma, franciscano en el convento de San Buenaventura, en el Palatino, donde se conservan sus reliquias, es uno de los grandes santos de la era de la Ilustración, contemporáneo de Voltaire, aunque no fue un combatiente de ideas, sino de piedad.
El siglo XVIII es atronador de ideas, pero san Leonardo no quería discutir con nadie. Y cuando, según la tradición, la Virgen le sanó de una tisis considerada mortal, decidió dedicar todo el resto de su vida – cuarenta y tantos años – a la predicación ambulante, a las misiones que le llevaron a recorrer una y otra vez Italia entera.
«Gran cazador del Paraíso», como le llamaba su amigo el papa Benedicto XIV, tenía una palabra irresistible, y el ejemplo de sus mortificaciones, de su vida de oración, y la calidez sencilla y emotiva de lo que decía, produjeron efectos inmensos en su auditorio. Descalzo, ardiente, incansable, predicó más de trescientas misiones, empleando el tiempo que le había regalado Nuestra Señora en convertir a los demás.
El centro de sus pláticas solía ser la Pasión, y la práctica de piedad más recomendada, el Vía Crucis, devoción que gracias a él se extendió por todo el mundo, y fue asimismo un celoso propagador de la adoración perpetua del Santísimo Sacramento. Cuando contrajo su última enfermedad se negó a dejar de celebrar la misa, «que vale más que todos los tesoros de la tierra».
San Leonardo no es el hombre de las polémicas filosóficas, intelectuales, del siglo de las luces, pero como tantos otros miles de sacerdotes y religiosos cuidó de la intendencia de la espiritualidad, manteniendo viva la fe del pueblo en medio de la tormenta. Voltaire ignoró su nombre, pero no tenía peor enemigo que este humilde franciscano