Liturgia y santoral 26/6/13 ML: S. PELAYO

Memoria libre: SAN PELAYO, mártir
– Gén 15, 1-12. 17-18. Abrán creyó a Dios, y le fue contado como justicia,y el Señor concertó una alianza con él.
– Sal 104. R. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.
– Mt 7, 15-20. Por sus frutos los conoceréis
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuidado con los falsos profetas; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. A ver, ¿acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Los árboles sanos dan frutos buenos; los árboles dañados dan frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis.”

SANTORAL:
Santos: Pelayo, niño, Superio, mártires; Salvio, obispo y mártir; José María Robles Hurtado, sacerdote y mártir; Juan y Pablo, hermanos mártires; Antelmo, Hermogio, Virgilio, Rodolfo, Constantino, Marciano, obispos; Majencio, presbítero; Perseveranda, virgen; David, eremita; Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador, beato.

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SAN PELAYO, mártir (+925)
Con gran valentía y recalcando las palabras que brotaban de sus labios dijo el niño Pelayo al emir Abderrahmán: “Si, oh rey, soy cristiano. Lo he sido y lo seré por la gracia de Dios. Todas tus riquezas no valen nada. No pienses que por cosas tan pasajeras voy a renegar de Cristo, que es mi Señor y tuyo aunque no lo quieras.
Así de valiente era aquel muchacho en aquellos momentos que eran
los postreros de su vida. Pero es que lo había sido siempre así desde que tuvo uso de razón.
En la historia gloriosa de la Iglesia de todos los siglos han abundado niños que han estado siempre dispuestos a morir por la causa de Jesucristo en la fe que heredaron de sus ejemplares padres. Uno de éstos, San Pelayo o San Payo como le llaman graciosamente en Galicia. Aquí, en la hermosa ciudad de Tuy, nació este niño a principios del siglo décimo.
Sus padres le educaron cristianamente en la fe. También recibió sabios y santos ejemplos de su tío Hermogio que era el Obispo de aquella diócesis. Su niñez la pasó al lado de su tío en el Santuario-Catedral, entregado de lleno al canto de la liturgia y al estudio de la Sagrada Escritura y ciencias profanas, ya que en todo debía estar preparado para un mañana que no le llegará.
Eran los años duros y terribles de la Reconquista. Hermogio fue hecho prisionero por los árabes y lo llevaron hasta Córdoba para encerrarlo en unas mazmorras. Después se cambiaron las cosas. Otros prisioneros fueron capturados en lugar del Obispo esperando que este podría recoger oro suficiente para recuperar a los encarcelados. Entre éstos estaba el sobrino del Obispo, nuestro niño Pelayo.
Una vez en la cárcel, el niño pasaba los días y las noches entregado a la oración y tratando de consolar a los que ya desesperaban de la llegada del precio del rescate.
De cuando en cuando entraba en el lóbrego calabozo uno de los soldados y azotaba bárbaramente a cuantos se encontraban en aquellas terribles mazmorras. No tenía más que diez años y parecía un anciano venerable por los consejos que daba y por la valentía con que aguantaba los castigos y el hambre. A todos llamaba, sobre todo, la atención la pureza de aquel niño que parecía un ángel. La corrupción reinaba en aquellos antros. El pequeño Pelayo quedaba admirado al contemplar que muchos de los que antes habían compartido con él la cárcel estaban ahora en lugares de honor ¿Por qué? La respuesta era fácil: habían claudicado de su fe o habían consentido en aberraciones vergonzosas.
Un día se acercó a él el carcelero .y le dijo: “Te felicito, pequeño, porque el rey ha puesto los ojos en ti y quiere honrarte”. Lo perfumaron, lo vistieron de sedas.., y lo presentaron ante el rey Abderrahmán. Al llegar a su presencia, el rey le dijo: “Niño, grandes honores te aguardan; ya ves
mi riqueza y mi poder; pues si haces cuanto te diga, una gran parte será para ti. Tendrás un palacio, oro, plata, caballos y cuantos esclavos y esclavas y todo que quieras apetecer. Sólo una cosa es necesaria para ello: que te hagas musulmán como yo, pues he oído decir que a pesar de ser tan joven ya haces prosélitos para tu religión”. El joven Pelayo contestó valientemente con las palabras con que hemos empezado esta preciosa biografía.
Abderrahmán, al ver que no salía con la suya, mandó que lo llevaron al calabozo y allí fuera primero atraído con halagos y si se resistía, fuera martirizado. Era el 925 cuando este niño de diez abriles derramaba su sangre por Cristo