Liturgia y santoral 6/11/15 MO: MÁRTIRES ESPAÑA SIGLO XX
Memoria obligatoria:
SANTOS PEDRO POVEDA E INOCENCIO DE
LA INMACULADA, presbíteros y compañeros, MÁRTIRES DE ESPAÑA DEL SIGLO XX
Romanos 15,14-21
Ministro de Cristo Jesús para con los gentiles, para que la ofrenda de los gentiles agrade a Dios
Respecto a vosotros, hermanos, yo personalmente estoy convencido de que rebosáis de buena voluntad y de que os sobra saber para aconsejaros unos a otros. A pesar de eso, para traeros a la memoria lo que ya sabéis, os he escrito, a veces propasándome un poco. Me da pie el don recibido de Dios, que me hace ministro de Cristo Jesús para con los gentiles: mi acción sacra consiste en anunciar el Evangelio de Dios, para que la ofrenda de los gentiles, consagrada por el Espíritu Santo, agrade a Dios.
En Cristo Jesús estoy orgulloso de mi trabajo por Dios. Sería presunción hablar de algo que no fuera lo que Cristo hace por mi medio para que los gentiles respondan a la fe, con mis palabras y acciones, con la fuerza de señales y prodigios, con la fuerza del Espíritu de Dios. Tanto, que en todas direcciones, a partir de Jerusalén y llegando hasta la Iliria, lo he dejado todo lleno del Evangelio de Cristo. Eso sí, para mí es cuestión de amor propio no anunciar el Evangelio más que donde no se ha pronunciado aún el nombre de Cristo; en vez de construir sobre cimiento ajeno, hago lo que dice la Escritura: “Los que no tenían noticia lo verán, los que no habían oído hablar comprenderán.”
Salmo responsorial: 97
El Señor revela a las naciones su victoria.
Cantad al Señor un cántico nuevo, / porque ha hecho maravillas: / su diestra le ha dado la victoria, / su santo brazo. $R
El Señor da a conocer su victoria, / revela a las naciones su justicia: / se acordó de su misericordia y su fidelidad / en favor de la casa de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado / la victoria de nuestro Dios. / Aclamad al Señor, tierra entera; / gritad, vitoread, tocad. R.
Lucas 16,1-8
Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Un hombre rico tenía un administrador y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido.”
El administrador se puso a echar sus cálculos: “¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa.” Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo dijo al primero: “¿Cuánto debes a mi amo?” Éste respondió: “Cien barriles de aceite.” Él le dijo: “Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta.” Luego dijo a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?” Él contestó: “Cien fanegas de trigo.” Le dijo: “Aquí está tu recibo, escribe ochenta.” Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.”
SANTORAL:
Leonardo, confesor; Severo, obispo y mártir; Vinoco, Itudo, abades; Félix, monje; Beatos Alfonso Navarrete, Francisco Fernández de Capillas y compañeros mártires; Beata Josefa Naval Girbés; Leonardo, monje; Félix y Ático, mártires.
498 de los miles de católicos asesinados en la persecución religiosa desencadenada en la España de los años treinta, durante la II República y la Guerra Civil. La Iglesia católica ha dicho que, al honrar a estos mártires, no esgrime esas muertes contra nadie. Cualquiera que defienda la necesidad de seguir la propia conciencia y la libertad religiosa puede sumarse a este recuerdo. El historiador Fernando de Meer evoca el contexto en que se produjeron los hechos.
Nunca olvidaré la emoción que sentí al visitar un cementerio de soldados británicos en el bosque de Arenberg, cerca de Lovaina. Miles de cruces blancas, césped cuidado, la tribuna ligeramente elevada en el fondo. No obstante, lo que más llamó mi atención fueron algunas cruces cercanas a la entrada en las que, por ejemplo, podía leerse: “Abatido en el sur de Bélgica. Desconocido para los hombres, conocido para Dios”. Me pareció admirable esa voluntad de gratitud hacia todos aquellos soldados, muy jóvenes en su mayoría, que dieron su vida para que la libertad pudiera ser una realidad en Europa.
He tenido sentimientos análogos al recorrer la catacumba de san Sebastián en Roma, donde un tiempo estuvieron enterrados los restos de san Pedro. No resultaba difícil considerarse integrado en la tradición de aquellos cristianos, que hasta el inicio del siglo cuarto de nuestra era vivieron una vida diaria no siempre fácil, siglos en los que muchos sellaron con su sangre la fidelidad a Jesucristo.
Me parece una manifestación de justicia y gratitud recordar a aquellos que dieron su vida por ser coherentes con su fe. Los primeros mártires quizá no murieron porque el odio a la religión fuera la causa que movía a la autoridad que desencadenaba la persecución. Entregaron su vida porque no desearon anteponer a la ley del amor a Cristo, sobre todas las cosas, la ley de un imperio que les ordenaba dar culto al emperador.
Por seguir su conciencia
Este sentimiento de gratitud revive ante la noticia de una próxima beatificación de 498 personas que dieron su vida por no renunciar a su fe, algunos en 1934, y el resto en la zona republicana durante la guerra de España.
498 personas es una cifra extraordinaria. No obstante, en ese número no hay cuestión. Cuando los sacerdotes, religiosos y religiosas asesinados se acercan a los 7.000, y también son muy numerosos los laicos asesinados por su fe, necesariamente se vuelve a plantear la causa y el modo en el que se produjeron esas muertes, cómo aceptaron las personas asesinadas su inmolación, y cómo en todas las épocas de la historia la Iglesia ha rodeado de un recuerdo particular y de un afecto especial a aquellos que padecieron por ser leales a Cristo.
La vida durante los años de la Segunda República, y especialmente las consecuencias de la revolución de octubre de 1934, había llevado a sacerdotes y religiosos a pensar que tenían que estar dispuestos a morir antes que negar la fe que profesaban. La conciencia de morir por ser fieles a Cristo se agudizó en la primavera de 1936. Parece oportuno evocar dos testimonios. Ambos sucedieron en Madrid. El primero está narrado por un capuchino de Jesús de Medinaceli, el 7 de octubre de 1934, mientras escuchaba el tiroteo cercano a su convento: “Reunidos en torno al Sagrario orábamos; no llorábamos como pusilánimes, y nos ofrecíamos gustosos a lo que el Señor dispusiera de nosotros”.
El segundo corresponde al mes de junio de 1936. Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid, al hablar a la promoción que ordenaría ese año, les dijo: antes de un mes alguno puede ser mártir. Y tras estas palabras requirió a todos que expresaran, si esa era su voluntad, de nuevo y libremente su decisión de recibir el sacerdocio. Todos respondieron afirmativamente.
2015-11-06 00:00:01