Ofrecimiento de los Dolores 2009
OFRECIMIENTO DE LOS DOLORES 2009
A CARGO DE:
D. JOSÉ MANUEL VICENTE LOZANO
Director Gerente del Hospital de Medina del Campo
Dios te salve, María, Virgen de los Dolores.
Permite que, por unos minutos, sea voz de los que en tomo a ti estamos congregados, voz de los que te quieren y te respetan, también de los que no te quieren porque no te conocen, voz de los que aún no saben que te quieren, y también de los que te niegan y te rechazan.
Mi voz, su voz, viene a poner a tus pies el dolor que aflige a los vallisoletanos, y esa voz te pide que lo aceptes como un acto de amor y de confianza en Ti, porque, Madre, confiamos en que un rayo de tu Luz alumbre nuestra oscuridad y nos abra una puerta a la esperanza.
No me reconozco mérito alguno para ser yo, precisamente yo, el que esté hoy ante ti. Lo único que me distingue, tal vez, es ser médico y, por ello, estar familiarizado con el dolor.
Como médico, sé algunas cosas. Sé que la enfermedad y el dolor están indisolublemente unidos con la vida, que los animales también sienten el dolor, y que esta capacidad de experimentar dolor juega un papel muy importante en el proceso evolutivo de las especies, también del hombre, como especie animal que es. Es una alarma, es una señal que nos dice cuando tenemos que pedir ayuda, cuando tenemos que huir, cuando tenemos que defendernos.
OFRECIMIENTO DE LOS DOLORES 2009
A CARGO DE:
D. JOSÉ MANUEL VICENTE LOZANO
Director Gerente del Hospital de Medina del Campo
Permite que, por unos minutos, sea voz de los que en tomo a ti estamos congregados, voz de los que te quieren y te respetan, también de los que no te quieren porque no te conocen, voz de los que aún no saben que te quieren, y también de los que te niegan y te rechazan.
Mi voz, su voz, viene a poner a tus pies el dolor que aflige a los vallisoletanos, y esa voz te pide que lo aceptes como un acto de amor y de confianza en Ti, porque, Madre, confiamos en que un rayo de tu Luz alumbre nuestra oscuridad y nos abra una puerta a la esperanza.
No me reconozco mérito alguno para ser yo, precisamente yo, el que esté hoy ante ti. Lo único que me distingue, tal vez, es ser médico y, por ello, estar familiarizado con el dolor.
Como médico, sé algunas cosas. Sé que la enfermedad y el dolor están indisolublemente unidos con la vida, que los animales también sienten el dolor, y que esta capacidad de experimentar dolor juega un papel muy importante en el proceso evolutivo de las especies, también del hombre, como especie animal que es. Es una alarma, es una señal que nos dice cuando tenemos que pedir ayuda, cuando tenemos que huir, cuando tenemos que defendernos.
Pero existe una dimensión del ser humano, y sólo del ser humano, que se relaciona directamente con nuestra interioridad. Los hombres somos especialmente conscientes de esta dimensión interior cuando pasamos por experiencias límite, como el dolor, la muerte, el desamparo, la frustración, la aniquilación Entonces nos damos cuenta de un modo patente de que nuestra vida no es eterna, que no somos un ser absoluto, que nuestro tiempo y nuestras fuerzas son limitadas, y este conocimiento juega un papel decisivo en nuestro proyecto de desarrollo personal.
El sufrimiento, y no sólo el dolor físico, son fundamentales en la vida humana, son la piedra de toque, y un eslabón importante en el proceso madurativo de cada uno de nosotros. El sufrimiento enseña. Cuando el ser humano sufre un determinado mal, sea de orden exterior o de orden interior, descubre virtudes que son absolutamente necesarias para vivir adecuadamente la vida. Frente al sufrimiento el ejercicio de la paciencia es fundamental, la dramática percepción de nuestra vulnerabilidad nos permite ahondar seriamente en la virtud de la humildad, el sufrimiento ajeno despierta en nosotros la compasión y la solidaridad.
Así pues, sin esta capacidad de experimentar dolor y de sufrir, no llegaríamos muy lejos, ni como especie, ni como individuos. Pero también sé que aunque desde un punto de vista científico, médico, psicológico o social, se pueden explicar las razones inmediatas del padecer, la pregunta por el sentido último del sufrir, por la razón última del dolor, constituye, quizás, uno de los mayores interrogantes de la existencia humana. Por eso Madre, no entiendo a esas personas que dicen que si Dios existiera no permitiría el dolor y el sufrimiento. Quiero pensar que no son malintencionados cuando así hablan y que, sencillamente, utilizan argumentos simples para cosas complejas, o que no conocen lo que otros sí que conocen.
Entender el dolor no significa en modo alguno resignarse. No lo hacemos nosotros y no lo hizo Jesús, tu hijo, en su tremenda humanidad. Jesús prefiere no sufrir, a pesar de la constante alusión a su pasión y a su muerte. Le dolía, le pesaba, como a todos nosotros, ver tan cerca el dolor, la soledad, el abandono, la burla, la humillación…, la cruz en definitiva. Por eso Él reza “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya… ”. Por eso nosotros también rezamos. Pero no sólo rezamos, como médicos intentamos poner en juego toda nuestra ciencia y todo nuestro arte. Para hacer bien nuestro trabajo es fundamental reconocer el doble nivel de padecimiento de las personas. El sufrimiento exterior, el dolor, se puede combatir desde la terapéutica, la farmacología y los instrumentos tecnológicos. Pero el sufrimiento interior, que es desesperanza, angustia, remordimiento, temor, miedo, crispación, culpabilidad y otras muchas cosas, reclama un modo de atención distinta, reclama la presencia humana, la palabra adecuada, la escucha atenta y la calidez de la relación.
No sólo esta cercanía al dolor hace de la nuestra una profesión especial. La vida humana es un perpetuo fluir entre dos límites, el nacimiento y la muerte. Parte del trabajo de los médicos, del personal sanitario en general, se desarrolla en estas fronteras de la vida. Estamos ahí cuando la vida comienza. Ayudamos a entender el proceso de la concepción, ayudamos a muchas parejas que tienen problemas y no renuncian a experimentar la paternidad, y ayudamos en el momento del nacimiento. También, Madre, y eso nos duele a muchos, a veces usamos nuestros conocimientos para impedir que algunos seres humanos lleguen a nacer.
Después acompañamos a las personas a lo largo de su vida, intentamos prevenir sus males, combatimos la enfermedad y nos oponemos a la muerte con nuestro juicio y nuestra ciencia. Al final debemos resignamos ante lo inevitable y entonces nuestro empeño se centra en aliviar el dolor y otros sufrimientos. La muerte termina por imponerse, bien porque ya es su momento, bien porque nos sorprende o nos engaña, y en no pocas ocasiones porque se entabla un pulso sostenido en el que no cede hasta que no doblamos el brazo. Los médicos también propiciamos la muerte, unas veces por error y otras tomando decisiones que jamás nos corresponderían, minimizando el valor de la vida y olvidando que una parte fundamental del porqué de la vida humana es su propia existencia.
Somos, pues, profesionales de frontera y es en estas fronteras donde más se ponen de manifiesto los condicionantes sociales, culturales, económicos, políticos, religiosos y simbólicos.
En la frontera hay intercambio, integración y enriquecimiento, pero también tensiones y conflictos. Por eso, Madre, te pido que nos ayudes a gestionar estos conflictos de manera que siempre gane el hombre. El hombre gana cuando comprende el dolor y cuando vence al dolor, el hombre gana cuando entiende la vida y cuando da sentido a su vida, el hombre gana cuando se enfrenta a la muerte y entendiendo lo que es la muerte. El hombre gana, en fin, cuando su mirada se refleja en la sonrisa de un bebé.
Madre, quiero hablarte de otra cosa que me preocupa de médicos y enfermeros. El ejercicio de una profesión requiere estudio, conocimientos, habilidades técnicas y cierta aptitud natural. Pero también hace falta una determinada predisposición, que nace del ámbito interior de las personas, y que es especialmente deseable en el caso de las profesiones sanitarias. Estoy hablando de la vocación, de ese llamado, de ese deseo interno, que tiene que ver con nuestros gustos, con nuestros intereses, nuestros anhelos, nuestros valores y nuestra manera de ver la vida, y que nos empuja a utilizar la profesión que hemos elegido como una herramienta más para servir y ayudar a los demás.
Vivimos un tiempo en el que hay una marcada separación entre vocación y profesión y en el que profesión se escribe con mayúsculas y vocación con unas minúsculas cada vez más pequeñas. Cada consulta, cada intervención quirúrgica corren el riesgo de convertirse, simplemente, en un reto profesional, en una prueba del grado de dominio del saber y la tecnología, quedando el paciente en un segundo plano.
Permítenos a los sanitarios que seamos capaces de establecer una rica y fecunda interacción entre vocación y profesión, como única manera de alcanzar el óptimo ejercicio profesional.
Madre, termino ya. Te he hablado de muchas cosas en poco tiempo. Te he hablado de estas cosas porque yo lo necesitaba y porque otros me lo han pedido. He querido ser, humildemente, hoy y sólo hoy, la voz de todos.
Madre, sabemos que estás de nuestra parte. Nosotros te honramos, te alabamos, te amamos y ensalzamos tu dignidad sin igual. Sabemos que, en un sentido auténtico, eres nuestra mediadora junto a Jesucristo, y lo eres permaneciendo uno de nosotros. Por eso nos eres tan entrañable, por eso sentimos tan cercana tu intercesión, tu protección y tu amor. Por eso, María, Virgen de los Dolores, recibe el dolor que aflige a los vallisoletanos, y acéptalo como un acto de amor y de confianza en Ti.