V Pregón Vera Cruz: D. Gabriel Ignacio Casado Pérez
V PREGÓN DE LA CUARESMA Y LA SEMANA SANTA
COFRADÍA DE LA SANTA VERA CRUZ
VIERNES, 1 MARZO 2019
20 HORAS
Estimado alcalde presidente, rector de la cofradía, cabildo de gobierno, representantes de las diferentes cofradías de Semana Santa de Valladolid, autoridades presentes, cofrades de nuestra Ilustre y Venerable Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, familia, amigos y demás asistentes, muy buenas tardes a todos.
Quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento. En particular a D. José Luis Martín y a D. Daniel Domínguez, por haber pensado en este hermano cofrade, para presentar el Pregón de Semana Santa de nuestra Cofradía Penitencial este año.
Tengo claro que no es merecido el honor de tal elección, pero acepto el reto gustosamente por deferencia a vosotros y lo que representáis, por la confianza depositada en mí, y por hacerlo en este templo y cofradía que me hacen sentir, de verdad, como en casa, y lo hago desde el respeto y la devoción.
Tampoco me ha resultado sencillo determinar la línea argumental de mi exposición, pues de hacerlo desde la vertiente histórica, jamás podría acercarme a la intervención de nuestro hermano cofrade y amigo D. Javier Burrieza, quien, de la mano de sus recuerdos familiares, se fue acercando a los hechos históricos y artísticos que han dado forma a nuestra Cofradía y, por ende, a nuestra Semana Santa, y que abrió el ciclo de pregones, ya hace un lustro.
Desde el ámbito de la fe, tampoco osaría plantear mi pregón, tras las profundas palabras de D. Jesús Manuel Losa, quien desde sus obligaciones y trabajo en la comunidad parroquial de San Miguel y de San Nicolás, a la que pertenece, y como hermano cofrade, nos transmitía, pese a sus dudas, algo tan espiritual como el significado de la Santa Cruz en nuestra querida Semana Santa, materializado en esta reliquia del Lignum Crucis que tenemos aquí presente, y que es el alma y el origen de esta cofradía.
Por otra parte, desde la vertiente artística me ocurre lo mismo tras la intervención en 2017 de nuestro hermano D. Alejandro Rebollo, quien bajo el título “In hoc signo Vinces. Con este signo vencerás”, nos acercó con tanto esmero y precisión al patrimonio espiritual y material de la Vera Cruz.
Y qué decir de mi inmediato antecesor en esta labor de pregonero, D. Javier Carlos Gómez, párroco de la iglesia de San Miguel y responsable de la actual Unidad Pastoral de San Miguel y San Nicolás, a la que está adscrita nuestra Cofradía Penitencial, que se centró, como decía textualmente, “en celebraciones, advocaciones o momentos que, además de tener una fuerza religiosa fuerte, lleva también un mensaje especial de aliento para ayudarnos a mirar la realidad con la valentía y la ilusión suficiente como para desear transformarla y convencernos que está en nuestras manos deshacernos del hombre viejo, y dejar nacer en nosotros el hombre nuevo fruto de la resurrección del Señor”.
Entenderéis ahora mi desazón, aunque algo mitigada cuando viene a mi memoria ese dicho popular de que “no hay quinto malo”, expresión que tiene su origen en la época en la que en las corridas de toros no existía el sorteo de los mismos, sino que era el ganadero quien reservaba el de mejor nota y presumible mejor comportamiento para ser lidiado en quinto lugar, tal y como nos aclara el escritor Carlos Abella. No sé si era esta la intención de José Luis y Daniel al hacerme la invitación, y solo espero que San Pedro Regalado, patrón de los toreros y nacido aquí mismo, en nuestra querida calle de Platerías, me ampare y proteja en la lidia de este pregón.
Reflexionando, ya en serio, sobre cuál debía de ser la línea argumental de mi pregón, dejé que fluyeran desde mis entrañas aquellas sensaciones, experiencias, vivencias y personas que han hecho posible que yo pueda dirigirme a vosotros, mis hermanos en Cristo, hoy día primero de marzo de 2019, y el resultado fue un descubrimiento personal que quiero compartir, con toda humildad, y es que, rastreando mi propia vida, en todos los momentos significativos de ella, de una u otra forma, la Cofradía siempre aparecía como luz que iluminaba ese camino de crecimiento personal y familiar.
Fue mi tío Juan Casado el primero que se acercó desde la fe a la Cofradía, probablemente por la proximidad de la vivienda que sus tías tenían en la calle Platerías Nº 7, en el portal de la farmacia, y el que atrajo consigo a mi padre Gabriel, quien ya nunca se alejó de sus obligaciones y devociones por la Santa Vera Cruz y por nuestra Madre de los Dolores.
En esta misma iglesia, un 23 de abril, lunes de Pascua, contrajeron matrimonio mis padres en una ceremonia presidida por D. Ramón Hernández, nuestro querido y recordado rector durante tantos años, iniciando un proyecto familiar que culminaría con el nacimiento de sus tres hijos, Mercedes, Marta y yo mismo en medio de ellas.
En los inicios de los años 70 recuerdo una conversación familiar en la que, tras acompañar a mi padre para asistir a una procesión, planteé la opción de inscribirme como cofrade, recibiendo como respuesta en ese momento, que sería mejor esperar a recibir el sacramento de la Comunión y ver si entonces quería seguir siéndolo. Poco más adelante, en 1972 me reafirmé en mi deseo y de este modo yo mismo entré a formar parte de esta comunidad de fe que es y debe ser la Cofradía con la imposición de mi medalla. Poco más adelante mi madre y mis hermanas también se unieron en este proceso.
Tomé conciencia realmente de la importancia de la Eucaristía cuando pasé a formar parte del grupo de monaguillos, entre los que recuerdo especialmente a los hijos de Sixto y Carmen, los sacristanes, o Pedro Muñoz y su hermano Luis, quienes ayudábamos a D. Ramón en la misa de doce y media todos los domingos y en especial durante las celebraciones religiosas propias de la cuaresma y la Semana Santa, tales como los oficios del Jueves y Viernes Santo. Por cierto, al finalizar la misa, D. Ramón siempre tenía preparada para sus monaguillos, una moneda de veinticinco pesetas que nos venía estupendamente para gastarla esa misma tarde, pues nos decía que habíamos ayudado muy bien a “este cura”, como él mismo se llamaba.
Empecé a amar el arte y la historia de la mano de mi padre, cada vez que venía con él a este templo con la excusa de arreglar tal o cual cosa, o restaurar la Virgen de la Paz o la de la Soledad, mientras me explicaba su historia y me hacía contemplar la belleza de las imágenes que aquí se guardan, o policromando juntos las cuatro virtudes que rematan la actual carroza, y años más tarde participando en la restauración de la Dolorosa en el taller de Mariano Nieto. Recuerdo aún la sorpresa que me llevé al aspirar del interior de la talla un atadillo de papel que se encontraba en su brazo derecho, y que, al desplegarlo delicadamente, descubrimos era un exvoto colocado allí por algunos hermanos cofrades que agradecían a la Virgen haber regresado vivos de la Guerra de Cuba, y que ahora podemos contemplar en nuestras dependencias.
Comencé a saber lo que eran las responsabilidades en la cofradía viendo, de nuevo, el ejemplo de mi padre en los cargos de tesorero, Alcalde Presidente, archivero, miembro del Consejo Asesor, de la Comisión de Patrimonio, o de la gestora que un día hubo que poner en marcha, lo que me animaría a mí mismo a seguir sus pasos cuando acepté formar parte del Cabildo de Gobierno como secretario en varios momentos y desde el Consejo Asesor, así como desde comisiones como la de los estatutos o también, junto con él, en la de patrimonio. Fueron años intensos y enriquecedores, aunque no fueron particularmente fáciles, como tantos otros, si es que en nuestra historia cofrade ha habido alguno que lo haya sido. También aprendí esa responsabilidad con el ejemplo de mi madre como camarera de la Virgen, siempre desde su humildad, servicio y prudencia.
Aquí fue donde conocí a la que ahora es mi mujer y auténtico baluarte de mi vida, Susana. Parece que Nuestra Señora de los Dolores nos tenía reservados mutuamente para constituir una familia que viviera con fe y con intensidad la pertenencia a esta comunidad cristiana de la Vera Cruz. Estas fueron algunas de las recomendaciones que D. Ramón también nos hizo en nuestra boda, por
cierto, tristemente la última que presidió antes de su fallecimiento. Precisamente este próximo mes de julio haremos veinticinco años de matrimonio, nuestras bodas de plata, por las que ya, de manera adelantada, queremos dar gracias a Dios y a su Madre, como intercesora, por cada minuto vivido y por los frutos que nacieron de nuestro amor, Cristina y María.
Fueron mis padres quienes hicieron cofrades a nuestras dos hijas, incluso antes de ser bautizadas, como expresión del valor que ha tenido siempre para todos nosotros el pertenecer a esta cofradía, y el abuelo, de algún modo, sigue haciendo que ellas continúen esperando y viviendo con intensidad los días en los que, de forma más intensa, acompañamos a Nuestra Madre de los Dolores
por las calles de Valladolid.
Y es también entre estas paredes donde veo hoy a mi padre, en cada rincón que acarició con sus pinceles, en cada detalle en el que trabajó con ilusión y siempre con generosidad hasta sus últimos momentos. Lo veo en la capilla del Descendimiento, en los marmolados de las columnas, en el proyecto nunca ejecutado de pintar dos cuadros sobre la exaltación y la invención de la cruz a ambos lados del altar mayor, en los guiones que diseñó y procesionamos hoy día y que generosamente cedisteis para cubrir su féretro como homenaje, o particularmente lo veo en esa Virgen del Perpetuo Socorro a la que tanta devoción tenía y que de manera tan bella representó. Su dedicación fue tal que vosotros, hermanos cofrades, decidisteis nombrarle Cofrade de Honor, lo que la familia os agradecemos desde lo hondo de nuestro corazón, pero que seguro él, desde el abrazo con Dios con el que está, junto con su Madre, Nuestra Señora de los Dolores a la que entendió en su sufrimiento final y en compañía de su amigo del alma de la cofradía, y también Cofrade de Honor, Ángel Iglesias, os diría, “lo habéis expresado mal, cambiad las palabras, pues no es cofrade dehonor, sino que para mí ha sido un honor ser cofrade”.
Por todo esto permitidme que mi pregón esté impregnado de recuerdos familiares y recuerdos cofrades, que vienen a ser lo mismo.
“Somos cofrades de la Cruz”, solía repetir mi padre con insistencia, no lo olvidemos nunca.
Es la Cruz la que da sentido a nuestras vidas de creyentes, y que tenemos representada en su reliquia del Lignum Crucis, tan bellamente restaurada por el hermano cofrade D.José María Pérez Castrodeza y por el Sr. Isla, y esa cruz la portamos en nuestra vida todos los días del año, por mucho que no queramos verla, o nos desprendamos de ella. Esto debería hacer que nuestro sentimiento de pertenencia cofrade fuera mucho más intenso y que acudiéramos siempre que pudiéramos a acompañar, en esa cruz, a María nuestra Madre, la que, desde el dolor de ver a su hijo muerto, supo también esperar en la alegría de su resurrección.
Tomemos pues su ejemplo y dispongámonos a vivir con intensidad, con fe, y con esperanza, este tiempo litúrgico de Cuaresma e intensifiquemos nuestro compromiso y nuestra presencia acompañándonos en los siguientes actos litúrgicos y procesiones de fe.
Abrimos el tiempo cuaresmal, el miércoles de ceniza, con el besapié del Atado a la Columna. Es la imagen de Cristo atado a la columna de nuestras faltas y debilidades, lacerado y golpeado por nuestros olvidos y ausencias, asustado, como le llamaba mi hermana Marta cada vez que le veía al sentarnos frente a Él, asustado por las veces que no nos comportamos realmente como hermanos suyos e hijos de Dios. Que esa mirada profunda que Gregorio Fernández le proporcionó nos ayude a cambiar nuestros malos modos, nuestros abandonos, nuestras diferencias, para descubrir su amor y su perdón infinitos.
Además, este año 2019 la cofradía celebra con solemnidad el IV centenario de la hechura del Cristo atado a la columna por el maestro Gregorio Fernández, con una serie de actos especiales, entre los que se encuentra la celebración de un solemne triduo con la predicación de D. José Andrés Cabrerizo Manchado, Deán de la Santa Iglesia Catedral, D. Javier Carlos Gómez Gómez, Párroco de la Unidad Parroquial San Miguel – San Nicolás, y de D. Manuel Fernández Narros, Delegado de religiosidad popular, amén de una magna procesión que trasladará la talla de Cristo Atado a la Columna hasta la Catedral vallisoletana donde se celebrará una solemne eucaristía presidida por su eminencia reverendísima D. Ricardo Blázquez Pérez, cardenal arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, para regresar después a nuestro querido templo donde se cantará el Perdón ante la sagrada imagen. Bonita y única oportunidad para participar y celebrar, de manera especial, esta efemérides artística, tan importante dentro de nuestro rico patrimonio asociado a este artista singular, como es Gregorio Fernández.
Tres días dedicamos al Cristo del Humilladero. Sabemos por la historia que hubo de estar presidiendo ese edificio que, a las afueras del Valladolid de hace siglos, tenía nuestra cofradía. No carece de importancia el nombre que posee. Humilladero. Cuánta falta nos hace a los cofrades actuales humillarnos para servir mejor a nuestras respectivas cofradías y no rivalizar entre nosotros por el número, la importancia, la riqueza o el prestigio. Todos somos iglesia y hermanos en Cristo. Si Cristo se humilló lavando los pies a sus discípulos, nuestra obligación debería ser encontrar, en nuestro mundo actual, a aquellos a los que tendríamos que hacer nosotros lo mismo. Las cofradías nacieron, en parte, con espíritu de servicio a la comunidad. Que también seamos hoy día refugio para todos aquellos que se sienten necesitados, tanto en el espíritu como en el cuerpo, que no nos convirtamos en mero reclamo turístico y de verdad nuestras procesiones sean profundas y sinceras muestras de fe y de esperanza. El Papa Francisco, en su mensaje al III Congreso Internacional de Cofradías y Hermandades celebrado en Murcia en 2017, nos decía: “Sean cirineos compasivos que ayuden a llevar la cruz a todos aquellos hermanos nuestros que cargan con el peso injusto de la pobreza, el descarte y la indiferencia”.
Se me quedó grabada una frase que repetía con frecuencia mi querido amigo Santos Milla cuando en alguna de las entrevistas para televisión o radio le hacían en su época de Alcalde Presidente o secretario. A la pregunta de si la Cofradía de la Vera Cruz tenía muchos cofrades, se quedaba unos segundos callado y luego, como habiéndolo pensado detenidamente decía, unos treinta o cuarenta. Quien hacía la entrevista quedaba asombrado por la respuesta y queriendo aclarar más, insistía por si no había comprendido bien la pregunta formulada. Entonces rápidamente Santos decía, ah, si se refiere a cuántos están apuntados en la cofradía, entonces la respuesta debería ser unos miles, pero ser, realmente ser, solo los que al principio le contesté.
Esta pequeña anécdota me sirve para situar una realidad muy característica de todas las hermandades de cofrades y no solo de la nuestra, y es que muy pocos son los que de verdad se comprometen de manera continua en la vida de la cofradía, en el rezo del rosario, en el cuidado del templo y ornamentos litúrgicos, o en las celebraciones diarias, también en las cinco misas cuaresmales que en breve celebraremos en honor de algunas de sus principales imágenes procesionales, o en la misa del domingo u otros actos como el viacrucis u otros muchos. Se nos llena la boca afirmando que soy cofrade de tal o cual cofradía, pero no se nos llenan los templos de la misma manera. Y entono el mea culpa, pues por circunstancias laborales y personales, yo mismo me veo abocado a este pecado, pero eso no quita para que denuncie esta situación. El compromiso del cofrade debe de ser para los trescientos sesenta y cinco días del año, y no para los siete que componen la Semana Santa. En el mismo congreso Internacional de cofradías y Hermandades Penitenciales que he citado anteriormente, el cardenal Kevin Farrell decía: “No hay que pensar que ser parte de una hermandad o de una cofradía es una cuestión de tradición o meramente cultural. Las hermandades y cofradías tienen sentido auténtico y ayudarán a regenerar al pueblo sólo si transmiten la fe y la educan, si alientan la vida cristiana de sus miembros fomentando la oración, los sacramentos y la participación activa en la comunidad eclesial”.
Siempre he tenido la sensación de que ante el imponente patrimonio artístico de nuestra cofradía sustentado en las obras de Gregorio Fernández, el paso de la Oración en el Huerto es como el hermano pobre, una obra de segunda y en ocasiones, y permitidme la expresión, olvidada por los cofrades. Seguro que Andrés de Solanes, su autor, no estaría de acuerdo y yo creo que es inmerecido este desapego general. El triduo que le dedicamos en las puertas de la Semana Santa es una magnífica oportunidad para reflexionar sobre lo que significa esta representación hermosa en su forma, pero aún más en su fondo. Cristo, como hombre, tuvo miedo de lo que se le venía encima, de la Pasión y muerte, del dolor y del abandono de los suyos. Hoy cuántas veces deberíamos mirar con esos ojos con los que Cristo mira a ese magnífico ángel. Con ojos de angustia por las dificultades por las que pasamos, por los sufrimientos que padecemos, por los abandonos que sufrimos, pero como el mismo Cristo expresó, que no se haga mi voluntad sino la tuya Señor. Pongamos nuestra confianza en Dios y en su Resurrección. Nuestra fe no es una fe de cruces, de pasión y muerte, nuestra fe es de vida, de luz y de esperanza en un Dios Resucitado. Si lo llevamos al terreno de nuestra cofradía, cuántas veces hemos tenido problemas a lo largo de tantos siglos de historia. Cuántas veces hemos sentido la angustia de no saber cómo hacer frente a los problemas económicos, de obras y reparaciones, de falta de cofrades… pero siempre, finalmente las situaciones se han ido resolviendo dejándolas en manos de Dios, de la providencia, pero también con nuestro esfuerzo y dedicación, “a Dios rogando, y con el mazo dando”. Se hace verdad que antes faltará la luz, que cofrades en la Cruz.
Con ganas solemos llegar a la Novena dedicada a la Virgen de los Dolores. Nueve días en los que tendremos la oportunidad de reflexionar y orar sobre y con nuestra Madre de los Dolores. Qué devoción tenemos a nuestra Virgen, aunque como ya dije anteriormente, nosotros seamos cofrades de la Cruz. Seguro que no le importa a Cristo que hayamos colocado la imagen de su madre en nuestro retablo. Esa madre doliente y expectante de brazos abiertos en acogida del cuerpo de su hijo muerto y de todos nuestros dolores y angustias. Mis primeros recuerdos de las novenas me sitúan sentado en unos reclinatorios que se ponían delante de los bancos reservados para el Cabildo de Gobierno. Nos habíamos vestido en la sacristía y salíamos ordenadamente para colocarnos allí. Daba igual la edad, pues niños no éramos tantos como ahora, así que mis compañeros eran Castrodeza, Paco Fonseca, Clemente, o José Mª Bayón entre otros. La música que nos acompañaba era la del coro que dirigía magistralmente José Luis Betegón, y aún resuena en mi cabeza el estribillo de una canción que cantaban tras la comunión y que decía: “Señor escúchame, es el momento del amor, en el silencio háblame, consuela mi soledad, y ten piedad de mí”.
Podrían ser estas las palabras que María pronunciase en el calvario al ver a su hijo clavado y muerto en la cruz, y como para mitigar su soledad, el Viernes de Dolores, la bajamos del camarín para postrarnos a sus pies.
Ese momento siempre ha sido especial e íntimo. Eran los de la carroza los encargados de hacerlo. Como si de una coreografía se tratara. Cada uno cogía a la Madre en volandas y a las indicaciones de Ángel, de Jose, de Cholo, o de Manolo, bajaban las escaleras para depositarla con dulzura en el presbiterio. La salve, cantada con devoción, nos indicaba que todo estaba dispuesto para el inicio de las procesiones.
Es viernes de Dolores. Un reguero constante de cofrades y fieles en general se acercan con devoción a besar el pie de María. He de reconocer, que desde mi perspectiva artística, no me alegra esta costumbre por lo que compromete la conservación de la talla, y raro es el año que no tuve que retocar finalmente el pie, pero también soy consciente de la devoción y lo que ésta significa para tantas personas que depositan mucho más que un beso, depositan sus esperanzas, sus peticiones, sus dolores y sus anhelos expresados en ese gesto. Es religiosidad popular, pero da sentido y forma a la fe de muchos.
Si no estrenas nada nuevo el Domingo de Ramos te quedarás sin manos. Esta frase la he escuchado cada año en mi casa, que somos mucho de refranes y frases hechas. Trae su significado de que, quien no tenía manos en el sentido de no tener trabajo, era considerado pobre y no se podía permitir estrenar nada.
Es verdad que al Domingo de Ramos se le considera el día más alegre de la Semana Santa, donde litúrgicamente se conmemora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a lomos de un borriquillo, y esta festividad es con la que iniciamos la Semana de Pasión. Tradicionalmente viene a representar el final del invierno y el principio de la primavera, además de marcar el fin de la Cuaresma, etapa de ayuno y abstinencia que comenzó el Miércoles de Ceniza, dando inicio, a su vez, a la Pascua.
Guardo en mi memoria especialmente el año que estrené por primera vez mi hábito de cofrade. Una sotana reciclada de mi padre a la que hubo de meter, mi madre, casi medio metro de jaretón. Para cuando vayas creciendo decía. Ya con su sabiduría sabía que el gusanillo de la cofradía había calado hondo en mí y habría de continuar por muchos más años vistiéndola, hasta que la rasgué subiendo las escaleras hacia las dependencias. La capa fue nueva, cortada por D. Clemente, el sastre, a cuya casa acudimos en la calle Fray Luis de León, y de la que aún recuerdo una alcoba italiana con inmensa mesa sobre la que extendía el paño verde, mientras me tomaba medidas, como había hecho generación tras generación, y nueva también la muceta con el escudo que representa la cruz.
Tardé mucho tiempo, sin embargo, en asistir a la misa de bendición de ramos, tal vez porque las prisas y los nervios de salir en la procesión no me lo permitían, pero ya desde hace unos cuantos, acompaño a mi madre en esta celebración que abre la Semana Santa. Es una misa entrañable y distinta, pues además de bendecir las palmas que después saldrán a la calle portadas por los cofrades, también se bendicen los ramos de laurel con los que saludamos a Cristo en una sentida procesión alrededor de nuestro templo. Solemos ser casi los mismos los que tratamos de ponernos de acuerdo en los cánticos que dan gloria a Dios, y bien es cierto que no lo logramos pese a los intentos de Santos, José Manuel o Sagrario, aunque sí somos capaces de hacer una polifonía a muchas voces que al final vuelven a unirse en el momento en el que entramos en la iglesia. Os invito a todos a que participéis de esta experiencia y que después coloquéis esos ramos en casa para tener siempre presente que Jesús es nuestro Rey y que debemos, en todo momento, darle la bienvenida en nuestro hogar. Ese es su sentido.
Un poco más tarde, los altavoces dispuestos por Las calles entonan ya “Hosanna al Hijo de David”, y todos sabemos que el momento se acerca. Ya está la borriquilla en la carroza y es momento de encuentros y saludos con todos los que hace tiempo que no coincides. Huele a naftalina y las capas están perfectamente planchadas. Los nervios, y la emoción nos invade a todos, sobre todo, cuando veíamos a Santiago Parra con la cruz guía dirigirse ya hacia la puerta para dar comienzo a la procesión.
Es fiesta, y la alegría se contagia por las calles de nuestra querida Valladolid. Suele acompañarnos el sol en la mayor parte de las ocasiones y los niños esperan con sus palmas el paso de la borriquilla que se anuncia con las campanillas. ¡Ya llega!, ¡mira a Jesús!, ¡agita tu palma!, son expresiones que sueles escuchar a los padres y madres que han llevado a sus hijos a verla pasar como expresión de fe popular. Cuántos de esos niños no soñarán algún día con acompañar también a, Jesús triunfante, por las calles de nuestra ciudad como cofrades. Ojalá se cumpla ese deseo, animado por esta forma de evangelizar que es acompañar a los pasos por la calle, lo que, por otra parte, no deja de ser nuestro deber como cristianos; dar testimonio de nuestra fe y no esconderla.
Lunes Santo, procesión del Rosario. Es unos de los momentos intensos de verdad para un cofrade de la Cruz. Es nuestra procesión por excelencia y se nota en el número de los que solemos acudir para acompañar a nuestros pasos, aunque entre todos, la Dolorosa sea nuestra devoción. El silencio, el orden, el girarnos al centro en cada parada, el olor de las velas y el incienso, el sonido de la carraca, y las oraciones apagadas por el capirote, nos indican que algo importante estamos haciendo. Ya no se nos ve, así que es devoción verdadera la que sale de nuestras gargantas al ir rezando los misterios del Santo Rosario, como lo es también la de nuestras hermanas que acompañan a la Virgen vestidas de luto y con mantilla española. Otra forma, pero con el mismo fondo.
Este lunes es día de promesas y algunos pisan descalzos las calles, otros portan cruces y todos nos sentimos cortejo que acompaña a la Virgen por la vía dolorosa en la que hemos convertido Valladolid. No sé cómo os sentís cada uno de vosotros al ver salir la Virgen por la puerta de nuestra Cofradía a son de corneta, o al verla llegar de nuevo para cantar a sus pies la Salve, para mí, ese momento es sublime.
Acompañamos en los días siguientes en sus momentos importantes a otras cofradías; como las de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Nuestro Padre Jesús Resucitado, María Santísima de la Alegría y las Lágrimas de San Pedro, o la Cofradía del Santo Sepulcro y Santísimo Cristo del Consuelo en el martes y miércoles santos, en un hermanamiento sincero y mutuo que nos acerca al mandato del Amor que nos hizo Cristo el Jueves Santo, “amaos como hermanos, como yo os he amado”.
Ya es Jueves Santo, uno de los cuatro que brilla más que el sol, se decía. Es día de oficios divinos. Tengo un recuerdo muy especial de preparar el monumento durante bastantes años, aprendiendo primero de Paco Fonseca, y luego cuidando yo de los detalles para albergar con dignidad al Cuerpo de Cristo. Las caras se repiten de nuevo en los oficios, pues, aunque la iglesia está bastante concurrida, faltan muchos a esta celebración eucarística. Salen de la sacristía doce niños entre los que yo mismo me encontraba con amigos de procesión que han continuado sagas familiares, los hermanos Cerrato, los hermanos Gobernado, los hermanos Muñoz, fuimos algunos de los que tuvimos el honor de representar ese momento de la Pasión de Cristo, igual que muchos han sido los presidentes que portaron las varas del palio que cubría al Santísimo en procesión hasta el sagrario; D. Juan Misol, D. Joaquín Burrieza, D. Isidro Calvo, D. Luis García, D. Carlos Sanz, D. Gregorio Fernández, D. Manuel Rayo, D. Elías García, D. Eduardo Pérez, D. Ramiro Merino, D. Vitoriano González, D. Gabriel Casado, D. José María Cerrato, D. Mariano Nieto, D. Joaquín Martín, D. José Luis Vaquero, D. José Manuel Casado D. Zacarías Gobernado, D. Santos Milla, D. Felipe Esteban, D. José Luis Martín y D. Daniel Domínguez, y mil perdones por si de alguno me he olvidado, pero mi memoria ya no da para más.
Muchos de ellos, acompañados por sus familias también nos dieron ejemplo de adoración al Santísimo en los turnos de vela, que tanto el Jueves, como el Viernes Santos, se establecen. Animémonos a participar también de esta adoración a Cristo hecho eucaristía y no dejemos solo el monumento. Seamos también ejemplo de respeto en un día en el que tantas personas se acercan a nuestro templo para admirar nuestro rico patrimonio artístico, aunque nosotros sabemos que el verdadero patrimonio está dentro del sagrario.
Un 10 de abril de 1998, en plena celebración del V centenario de la fundación de nuestra Cofradía, se retomaba la tradición de acompañar la Santa reliquia del Lignum Crucis por las calles de Valladolid, en la noche en la que Cristo Nuestro Salvador, moría clavado en este mismo madero. Era una forma de recuperar la esencia de nuestro ser como Cofradía, la veneración del madero santo.
Han pasado ya bastantes años desde aquel acontecimiento que recuerdo con emoción, pues fue mi padre quien leyó en la plaza mayor unas palabras de exhortación en aquel momento y diecisiete años después, en 2015, fui yo mismo quien lo hacía.
Hoy es una procesión llena fervor y de sentido religioso y tal vez a la que más cofrades acuden, y es porque sienten la importancia de acompañar a la santa reliquia en su peregrinar acompañada por todos nuestros pasos. Que no desfallezca este sentimiento entre nosotros, sino que sirva de levadura para asentar la pertenencia a la Vera Cruz de tantos cofrades como sea posible y que desde nuestras casas seamos capaces de transmitir a las nuevas generaciones este mismo espíritu.
Llega cargado de fuerza el Viernes Santo, el viernes de la Cruz. Bien acompañando a primera hora de la mañana a nuestra Cofradía Hermana de la Orden Franciscana Seglar en su Vía Crucis, reforzando nuestros orígenes ligados al convento de san Francisco, y por tanto, al santo titular de esta orden, santo mendicante y con vocación de pobreza, pero rico en espíritu y entrega a los demás a ejemplo del mismo Cristo, o bien asistiendo al Sermón de las Siete Palabras. Parece que se acabó la época en la que faltaban sillas para acoger a nuestros cofrades en este acto de la plaza mayor. Es una pena que así sea y habremos de mantener esta participación mientras podamos. Cristo también se debió de sentir solo en el Gólgota. Sus discípulos desaparecieron y solo las mujeres y Juan permanecieron a sus pies. Que nosotros no seamos igual que el resto, que nos sintamos partícipes de ese momento sublime de la muerte de Cristo y escuchemos sus siete palabras como testamento vital para nuestras propias vidas.
Mi madre me preguntó, según entré en casa tras mi primera procesión general; qué tal estás. Solo le dije que un poco cansado y con los pies doloridos. No fue la duración de la procesión ni el posterior camino hasta casa, el que me lo había provocado. Simplemente era que me había puesto los zapatos al revés. ¡Eso es penitencia…!
También recuerdo que, tras uno de los guiones, yo era el primer niño que participaba. Eso indica mi estatura de entonces, algo mitigada, pues llevaba puesto un capirote negro de paño que fue de mi padre antes de que fueran de terciopelo, y recuerdo también que la medalla me iba golpeando rítmicamente las rodillas a medida que caminaba. Desde entonces tengo fijado el pasador en mi cordón de medalla.
Cuántos recuerdos y qué entrañables todos, que me llevan a pasear por la memoria, a volver a recordar personas, sensaciones, olores, sentimientos…
La cofradía se vive y este día se hace de un modo especial. Es bonito ver cómo ahora los niños son una parte fundamental de estas procesiones. Cómo las filas se alargan, cómo se alarga el futuro de la Vera Cruz. Puede que vivamos tiempos complicados para la fe, pero en cada niño o niña que viste nuestro hábito verde y negro y sale a la calle, espero que haya un ejemplo de vida y compromiso cristianos, entonces todo esto seguirá teniendo sentido.
La Semana Santa también es trabajo, y si no, que lo digan todos los que alguna vez, o muchas, han estado a primera hora de la mañana el sábado Santo preparando el templo para el Acto de la tarde, la ofrenda de los dolores a la Virgen, que me correspondió el privilegio y honor de organizar durante varios años.
Cuanto dolor se congrega en nuestra iglesia el Sábado Santo. Hospitales, residencias de ancianos, centros asistenciales, casas regionales, cofradías, instituciones y cuántos ofrecimientos particulares que quieren expresar con flores sus peticiones a María Santísima. Es un acto especial por la emotividad que tiene y por qué no decirlo, también por su gran acogida en la ciudad. Puede ser la quietud del sábado tras días de procesiones casi incontables, o la necesidad de expresar los sentimientos de las personas, lo que hace que nuestra casa se quede pequeña cada año. Da lo mismo, los brazos abiertos de Nuestra Señora de los Dolores nos acogen a todos en el regazo de la madre rota por el dolor, y ahí sí cabemos todos.
Tradicionalmente han sido poetas los encargados de poner voz a todos estos sentimientos. No puede ser de forma más bella y sentida para culminar unos actos que nos conducen a la esperanza de Cristo Resucitado, pues vana sería nuestra fe si solo nos quedáramos en la cruz.
Rememorando estos momentos, quiero traer a la memoria hoy estos versos de nuestro hermano José Luis Betegón, los mismos que él recitó ante nuestra Madre de los Dolores:
Soy sediento mortal que en el camino
erizado de espinas de la Vida,
viene a Ti, con el alma dolorida,
sin hallar el final de su destino.
A tus pies, como humilde peregrino,
delante de tu Amor, mi fe rendida,
a beber de la fuente agradecida
pues eres, Madre, manantial divino.
Y si esas lágrimas de amargo llanto
verter te están haciendo mis desvíos,
mírame con piedad y ya que tanto
y tan hondo dolor mis desvaríos
te causan, cese, Madre, tu quebranto:
llore yo tus dolores y los míos.
Este año será el Excmo. Sr. D. Juan Miguel Recio, Coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Valladolid, quien, en nombre de todos se dirija a la Madre para presentarle los dolores de la ciudad, a buen seguro que sabrá llenar sus palabras de sentimiento y emoción, y por qué no, también de realidad y verismo.
Pero, nuestra fe no es una fe de muertos, sino de vivos y Cristo Resucitó por todos nosotros.
Esto es lo que celebramos en la Vigilia Pascual. El fuego, la palabra, el agua y la Eucaristía, son los signos que nos congregan ante la Buena Noticia que debe cambiar nuestras vidas. CRISTO HA RESUCITADO. También lo escuchamos en la Plaza Mayor cuando acudimos con flores a pregonar la buena noticia a nuestros conciudadanos vallisoletanos en el encuentro de Cristo con su Madre, aunque ya no es encuentro de amargura sino de júbilo, que da sentido a nuestra fe.
Que lleguemos hasta aquí en este peregrinaje de la Semana Santa y no nos perdamos por el camino.
POR ELLO,
bajo cobijo de la reliquia de la Verdadera Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, con licencia de su Eminencia el cardenal y arzobispo de Valladolid, don Ricardo Blázquez Pérez, y de su obispo auxiliar D. Luis Argüello García, y con la venia de las autoridades locales, para expresar por las calles de la ciudad de Valladolid la religiosidad que los fieles cofrades tienen
HAGO SABER
Por encargo del alcalde-presidente de esta antiquísima y penitencial cofradía de la Santa Vera Cruz que, preparados los hermanos en sus almas con las oraciones, penitencias, besa-pies y besa-manos, eucaristías cuaresmales, triduos, procesiones y novena dedicada a Nuestra Madre la Virgen de los Dolores con la predicación de Don Florentino Castillo Crespo, capellán rector de nuestra Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, comenzará la conmemoración de la Sagrada Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo desde la mañana del Domingo de Ramos 14 de abril, continuando con solemnes celebraciones litúrgicas que se desarrollarán en este templo penitencial, amén de las procesiones de Las Palmas, el Rosario del Dolor, la IV estación en el Vía Crucis Procesional del Miércoles Santo, la propia de Regla de esta cofradía en la noche del Jueves de la Cena y la General de la Sagrada Pasión del Redentor; portando y alumbrando los hermanos los bellísimos pasos, además del Ofrecimiento de los Dolores a nuestra Madre Santísima por parte de la ciudad, y en su nombre, por el Excmo. Sr. D. Juan Miguel Recio, Coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en Valladolid.
Solicito a los cofrades que tengan dispuesta su conciencia; preparada su sotana, capa, muceta y capirote, y colgada sobre el pecho la medalla, así como hagan pública esta noticia que les doy en esta iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz, en la Muy Noble, Leal, Heroica y Laureada Ciudad de Valladolid, ante las autoridades, alcaldes, cofrades, ciudadanos y pueblo fiel, en el primer día del mes de marzo de dos mil diecinueve.
¡TE ADORAMOS OH CRISTO Y TE BENDECIMOS QUE POR TU SANTA CRUZ REDIMISTE AL MUNDO!
Muchas gracias y que Nuestra Señora de los Dolores ruegue por nosotros.
Desde aquí podéis acceder a la noticia y fotografías de este acto.